10 febrero 2008

El oído es más inventivo que el ojo (Fernando Imbacke)

por Juliana González

El sábado se estrenó la única película hispanohablante dentro de la categoría de la competencia por el oso de oro y el de plata. Se trata de Lake Tahoe, la segunda película de Fernando Imbacke, quien formara parte del Talent Campus hace 4 años.

El cineasta alemán, Alexander Kluge, nos recuerda que una película muestra 24 imágenes y 24 cuadros negros por segundo. Esto es mucho tiempo para las propias fantasías, los sentimientos y los pensamientos. En Lake Tahoe los cuadros negros son registrados por el ojo del espectador. El director nos obliga a ver los cuadros, de manera intencional aunque hayan sido, en principio, un accidente con los químicos. Compone para ellos una sinfonía simple, entonces la película sucede también ahí: los sonidos cotidianos como el perro que ladra, el tintineo de unas llaves, el encendido de un motor. Así, minimalista y con la técnica de los cuadros quietos se desarrolla esta película en la que un joven de un pueblo mexicano ha estrellado su auto y necesita encontrar un taller que le solucione el problema. El tiempo de la narrativa es muy lento marcado por la carencia de diálogos largos. Y sin embargo pasan cosas como las nuevas amistades que se forman. La lentitud refleja el tiempo interno de Juan, su protagonista. Es una película que se refiere a un momento específico, a un presente. Es la mirada de un adolescente a una situación que solo hasta el final del filme se aclara cuando el hermano menor de Juan le pregunta: „¿qué significa condolencias?“ Pero aún necesitamos más datos: el papá de Juan se acaba de morir y la película se trata de su duelo, de como transcurre para él und ía de su vida después de la muerte de su papá. Llegamos hasta aquí por una aclaración de su director, el mismo que en la rueda de prensa declaró que el título (cuya conexión es un poco forzada) se debe a que se convirtió en un fetiche. Luego de tener la obsesión era imposible deshacerse de ella,

En este película se destaca el trabajo de los jóvenes actores. Dos de ellos, talentos naturales que actuaban por primera vez. El personaje de David refleja esa inocencia y la dulzura de un adolescente tranquilo y llano. No hay escenas de drama intenso, ni de brutalidad grandilocuente, pese a tratarse de la muerte. Hay una buena sinergia entre los actores. Gana también la locación que muestra a una ciudad de fachadas carcomidas por el salitre del mar, donde los habitantes reaccionan a su propio tiempo. Una idea muy iberoamericana.


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